Quiero remitirme , a modo
de ejemplo, a los enfrentamientos que tuvo con las cuidadoras para
expresar su estupidez argumental. El abuelo al que cuido se caga
mucho en … y en las dos ocasiones las cuidadoras le dijeron lo
mismo: Respete usted al señor, no diga esas cosas.
A una le respondió: yo
me cago en quien quiera...y comenzó a hablar pestes de la cuidadora
; y a otra: que él estaba en su casa y que podía decir lo que le
diese la gana, y comenzó a insultarla...La segunda cuidadora decidió
dejar de venir y pidió que le cambiasen de servicio. La primera
cuidadora dejó de trabajar en la empresa de asistencia y ahora va
por libre.
Estas situaciones de
choque son muy pesadas emocionalmente y, desgraciadamente, son
relativamente frecuentes. Lo mínimo que me ha dicho, sin ser el
único, ha sido: Bribón. ¡Que no haces ná! ¡Vete de aquí!...Pero
por aquí sigo aún, aunque no me respete el abuelo. No supongo
autoridad para él. Sinceramente, no ve, no escucha. Está cegado por
su egoísmo, por sus frustraciones, por su dolor, por su visión
negativa de las cosas. Es tremendamente infeliz.
Paralelo a este problema
está el corolario de los descendientes del abuelo, o la abuela -que
también sirve. Gestionar a los padres con apoyo de sus hijos es una
delicia, gestionarlos con su indiferencia pesa un poco, pero
gestionarlos con su oposición es indicio de marcha en breve. Esta
relación de poder puede ser difícil de llevar, sobre todo cuando
hay muchas discrepancias entre las tres partes expresadas: cuidado,
cuidador y descendientes. Teóricamente deberían prevalecer las
peticiones del abuelo, siempre y cuando el abuelo estuviese en
condiciones de autogestionarse con ayuda; si no fuese el caso ¿Hasta
dónde podría gestionar la casa el cuidador de forma autónoma?
¿Tendría que consultarle todo a los hijos o hijas? ¿Dónde estaría
el equilibrio?
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