Digamos que mi “cuidado”
necesita una dosis de autoridad que yo no puedo ofrecer, pues soy un
mojón maloliente para él. Por eso exploro otras soluciones para que
reflexione, o si no le es posible, para que cambie de actitud por
miedo a la policía.
Todos somos personas que
deben ser tratadas con dignidad y cuando no es el caso, como ocurre
en demasiadas ocasiones además de en esta, la autoridad debe
intervenir. Lo ideal sería una toma de conciencia de lo que uno hace
y sus consecuencias : pedir perdón y cambiar de actitud asumiendo la
responsabilidad del error. Pero no suele ser lo más frecuente. El
maltratador no asume responsabilidad alguna. Mi “cuidado” cuando
le cuestionas su actitud, o comportamiento, se convierte en un perro
rabioso donde el cuestionador que cuestiona es una presa sistémica,
es un enemigo a destruir con todos los recursos disponibles, y una de
esas herramientas puede ser dar pena y utilizar ese sentimiento como
arma. Es cuestión de guerra. Todo este artefacto emocional , e
incluso perverso, me obligará a marcharme , Dios mediante y
presumiblemente, en verano o antes.
He de decir también,
para que conste, que esta visión de aquel acontecimiento, junto a
muchos parecidos y frecuentes, está sesgada por mi propia percepción
de las cosas, de los acontecimientos que han surgido entre sujetos
sometidos a la convivencia funcional, entiéndase nosotros, dado que los “cuidados”
necesitan ayuda más o menos intensa ,y diferente, durante las 24 h
del día.
Una de las ventajas de la
idea que he llamado ACAEDO es la posibilidad de que los “cuidados”
tengan animales de compañía en casa y en condiciones correctas.
Doy fe de que las
mascotas , a parte de necesitar atención y tiempo, mejoran el estado
de ánimo de los asistidos. Transmiten cariño y alegría casi
incondicional y eso, que suele ser escaso en estas edades, contribuye
a una mejora emocional ,muy evidente e importante, en el asistido o
asistida.
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