El primero es una pequeña
redundancia que ya relaté cuando escribí sobre mis experiencias en
las residencias de ancianos. Se trataba de una abuela que tenía las
piernas con graves problemas de circulación y a la que tras estar
varias horas gritando de dolor en las zonas comunes , situación
tremendamente violenta, observé finalmente dormida en su silla con
una mantita de colores sobre su regazo. La habían sedado.
El segundo es el
procedimiento que usan con los residentes violentos cuando pegan a
las trabajadoras: los atan sin pensarlo dos veces. Evidentemente los
atan en lugares no comunes, o en dependencias privadas. Es un asunto
bastante desagradable y, evidentemente, lo solapan como pueden. Pero
forma parte del protocolo de actuación ante casos de violencia
física de los ancianos.
El tercer caso es uno que
me ha pasado no hace mucho a mí mismo. Un asunto que necesito
liberar o, sinceramente, descargar en este entorno.
Uno de mis cuidados tiene
brotes violentos con su compañera de camino , entre otras víctimas.
Ella es algo densa y él salta a la mínima de cambio. Y eso fue lo
que sucedió aquel día. Estábamos comiendo juntos, asunto que suele
llevar monólogos tensos, y la riña verbal ganó fuerza física y
violenta. En un momento determinado él cogió un cascanueces , que
usa para abrir botes, y amagó con tirárselo a su esposa mientras la
insultaba. Aunque el cuidado tiene ELA lenta, enfermedad muy chunga,
puede moverse y lanzar objetos. Paralelamente al bamboleo del
cascanueces, en oposición a cualquier danza clásica, movía su
silla de ruedas para embestir a su esposa chocando con la mesa que
los separaba, la mesa de la cocina. Dada la amenaza, que en otras
ocasiones había dejado pasar, decidí intervenir verbalmente y, tal
como era de prever, se enfocó en mí.
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