Intenté comprender qué
le sucedía, porqué era así. Y cuando un día vi sus piernas me
asusté. Tenía que tener infección si o si. Me acordé de mi
apreciado Javi el Gordo, y de las consecuencias inevitables de tener
unas piernas en esas condiciones. Eso tenía que dolerle sí, o sí.
Alma no estaba bien. Estaba enferma y ya había ido al hospital con
su problema sin solución, supongo.
Al respecto de su dolor
un día fue tremendo. Sentada en las proximidades de la caldera se
puso a gritar de dolor repitiendo esta frase, y sus variaciones, sin
parar:
- Me estoy muriendo .
Quiero que venga mi hijo. ¡Ayyy! ¡Ayyyyy!
Repetía lo mismo a grito
limpio una y otra vez hasta que desapareció unos minutos de las
zonas comunes para aparecer al ratito dormida en su silla y tapada
con una manta liviana. La habían sedado y, sinceramente, era de
agradecer para los demás, para nosotros.
Días después, un fin de
semana para ser exactos, conocí a su hijo con el que no hablaba
mucho. Estuvo toda la mañana en la residencia dando vueltas y
coincidiendo, puntualmente, con su madre a la que no besó en ningún
momento. Hablaron de juicios pendientes, de litigios, de cuartos y
poco más. Esa escena se produjo en las proximidades de la zona de
aseo, ese lugar donde limpian a los abuelos y les cambian los
pañales. No se observaba mucho cariño entre los dos aunque Alma
reconocía a su hijo y cantaba sus monólogos a sus amigas más
apreciadas.
- Comprate un coche bueno , hijo mio.
- Si. Si. Mamá. Me voy a comprar un Hvesubio -entiéndase un coche de gama alta-.
En otra ocasión se
produjo un principio de conversación con una residente nueva que
acompañaba a Alma, y su fiel grupo de amigas, cerca de la caldera.
La nueva intentó por activa y por pasiva conversar con Alma pero
resulto imposible. Fue entonces cuando una de sus amigas hizo de
intérprete semántica. Poco a poco , palabra por palabra, indicó a
Alma lo que estaba diciendo la nueva compañera hasta que Alma
pareció comprender. Me sorprendió la lucidez de la amiga de Alma.
Fue una sorpresa, en base a mis prejuicios sobre ella. Ese día no me
quedé para averiguar si la conversación continuó, o terminó en
ese punto.
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