La primera ocasión en
que Choquera captó mi atención entre todos los residentes fue un
día de otoño y mañana soleada. Apareció en uno de los pasillos
del vestíbulo principal moviéndose con su silla de ruedas a
intervalos mientras, en los intervalos estáticos, movía los brazos
al aire gritando.
-Esta ropa no es mía.
Esta chaqueta no es mía. ¡Ladrona!
Y tras un corto
desplazamiento de su silla seguía con su discurso al aire.
-Qué se le queden las
manos pegadas en la chaqueta a la ladrona. ¡Sinvergüenza!
-Esta chaqueta no es mía.
La Mía tiene bolsillos.
Ante su escándalo y
después de repetir los mismos argumentos varias veces llegó cerca
de la recepción y una de las asistentes le pregunto.
-¿Qué te pasa hoy?
-¡Que me han robado otra
vez! ¡Esta chaqueta no es mía!
-¡Qué se le peguen las
manos en la chaqueta a la ladrona, y que yo lo vea!
-¡Cálmate! Ya
aparecerá.
Y Choquera fue bajando su
volumen hasta calmarse y dejar el rumor habitual de la residencia:
múltiples conversaciones en diferentes distancias, entre diferentes
partícipes del espacio tiempo del vestíbulo de la residencia , un
espacio amplio y luminoso que siempre lleva movimientos de personas y
conversaciones. Que traslada cosas propias y ajenas de sujetos
homínidos de diferente condición.
Observé en más
ocasiones a esta mujer prácticamente centenaria, y el día más
encantador fue uno en que la fisioterapeuta, que tiene setenta y
cinco años menos que ella, la abrazó con cariño y la animó a
andar un poco por el vestíbulo, que es como un corral de comedia y
tragedia.
La Choquera no quería
andar pero la joven fisio la convenció, y vinieron juntas en mi
dirección. Ella con su andador y la “fisio” pendiente a su vera.
Mientras caminaban juntas charlaban relajadamente:
-Que guapa eres – decía
la “fisio”. Mientras ella andaba y sonreía.
-Gracias.
-Anda. Enseñale a él lo
que puedes hacer.
Y risueña , un poco
antes de mi posición, cambió el ritmo y con una especie de baile
pasó correteando , y sonriendo, delante mía. No pude dejar de
animarla con todo mi cariño mientras nos reíamos todos.
-Guapa. ¡De aquí a la
maratón!
-Está bailando. -apunto
la joven.
-Pues precioso baile.
Gracias por el espectáculo. -añadí emocionado.
Choquera no dejó de
andar bailando durante unos cuantos metros. Fue uno de los momentos
más tiernos que he vivido en mis tiempos de residencia. Parecía
flotar entre sonrisas como si fuese una niña de diez años saltando
a la comba.
Cuando la joven enfermera
pasó a mi vera dijo con sinceridad:
-Ojalá yo pueda llegar así a
esa edad.
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