Hay muchos más
habitantes en este lugar manchego. Unos están mejor y otros,
desgraciadamente, peor. Pero como dice Latino: -¡Es lo que hay!
Aunque la otra mañana
hacia falta una barcaza para entrar en uno de los aseos pues tenía
una gotera importante , cosa absurda en un edifico de diez años de
antigüedad que parece que tiene cincuenta y que ha costado algún
que otro millón de euros, considero que es el momento de escribir
sobre el transportista Mercurio, antes que sobre la razón de esta y
otras goteras en un edificio nuevo. Flipo si pienso en qué ha pasado
con el dinero que se pagó por estas instalaciones, pero sería una
reflexión distinta a la iniciada en esta pequeña saga de sujetos
con alma que viven relativamente juntos por necesidad.
Mercurio no tiene las
piernas completas, pues se las han cortado desde las rodillas hacia
abajo. Es madrileño de pura cepa y vivió muchos años cerca del
centro de la capital. Ahora , mientras espera una plaza subvencionada
por la Comunidad de Madrid, vive en esta residencia por razones
puramente económicas. Aunque la residencia manchega está a más de
cien kilómetros de la capital , le cuesta el treinta y tres por
ciento menos que otra situada a sesenta kilómetros de su antiguo
hogar.
Mentalmente parece lúcido
y no le importa responder cuando se le pregunta. Con toda franqueza
me ha comentado asuntos muy curiosos, cuento algunos sin falta:
Durante muchos años fue al
puerto de Sevilla a llevar camiones de segunda mano que iban hacia
las Islas Canarias. Salía hacia el puerto de Sevilla, su jefe le
daba un dinero estimado para diésel, y él procuraba dejar el
carburante justo en el depósito para que no se lo robasen en la
travesía, auténtica justificación de un sobre sueldo que ganaba
antes que otra cosa. Humana tentación. Después de dejar el camión
en el puerto volvía a Madrid en el Ave.
También cuenta que un familiar muy próximo tuvo problemas con las drogas, y tal circunstancia hizo muy infeliz a la familia. El drama de la droga es doloroso y parece no tener fin.
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