Mondo
era, en primera y segunda instancia, un amante de la no violencia.
Pero que Ezequiel utilizara el ejército de los dioses menores contra
ellos , y contra él, era demasiado. Dadas las características de
ese ejercito angelical, los miembros de su religión del amor no
tendrían ninguna opción sin ayuda. No podrían resistir los envites
de las orbes de dioses inmortales de nivel básico regentados por
Ezequiel. Si él no intervenía bélicamente con sus legiones de
dioses menores, desaparecerían sus feligreses y adeptos humanos.
Sería el fin de su proyecto enamorado. Desde su paradoja
existencial, sitiada en el espacio tiempo eterno común, no tenía
alternativa razonable: O el caos de la guerra total, o la vil
aniquilación de sus creyentes y la supervivencia de los creyentes de
Ezequiel. De repente sus proposiciones se volvieron ambiguas y
paradójicas. Una religión defensora del amor que utilizaba la
guerra como instrumento de supervivencia ante el opresor era un ético
despropósito. Iba a convertirse , declaradamente, en una paradoja
religiosa y absurda, tal como había sucedido con muchas otras religiones anteriores. Las dudas
comenzaron a asediarle, a parte de la guerra inminente.
Al
tercer día tras el aviso de Ezequiel a su hermano Mondo, el cielo
se volvió negro y , siendo de día, llegó la noche antes de
tiempo. Y la noche trajo miles de ángeles alados que buscaban cortar
pescuezos de creyentes de Mondo. Unos creyentes que se llamaban a sí
mismos: Mondamos -no vale reírse-. Los Mondamos, al principio,
comenzaron a ser mondados a filo y espada, despellejados vivos. La
crueldad fue atrayendo más crueldad y donde antes había guerra entre
humanos, que Mondo no había podido erradicar anteriormente, ahora
había guerra total, guerra entre dioses y humanos. Caos.
La
orbes de la esfera de Mondo comenzaron a defender posiciones de
Mondamos. Los enfrentamientos entre ángeles eran larguísimos y dada
su inmortalidad no terminaban de matarse entre ellos. Sanaban las heridas
y seguían la lucha. Era, desde un espectador foráneo al
despropósito de la guerra, un empate técnico. Nadie establecía la
diferencia. Lo ángeles luchaban contra los ángeles durante horas y
los humanos comenzaron a convertirse en puros espectadores. Dado el
espectáculo, los humanos dejaron de matarse entre ellos para contemplar las
salvajadas angelicales, contemplar su
supervivencia a todo tipo de descoyuntamientos, roturas, golpes, y clavadas.