La Calle Marques de Pickman es muy
curiosa. Pasear por ella supone un ejercicio de contemplación
provechoso y fructífero. Es observación afectiva de la diversidad
de homínidos. Observar dentro de ella, o sus negocios, también es
experiencia singular.
Es posible, hasta probable, que
observar implique no pensar, ni centrifugar, ni hundir la autoestima
en sentimientos de fracaso. Me da tanto la observación de los
otros, al menos a mí, que dicha observación impide la elaboración
de esas paranoias que los psicólogos llaman: disonancias cognitivas.
No ha lugar a disonancias cuando se observa a los otros con cariño.
Son imposibles psicológicos, salvo que un psicólogo diga un día
que observar y narrar lo observado es percibir una realidad equívoca
o un fantasear enfermizo . Si sucede, habrá que
considerar desequilibrados mentales a muchos escritores del pasado,
del presente y, a buen seguro, del futuro.
Cuando observo a los otros, los
estímulos que percibo son tales que la realidad
solo son ellos, y no yo. En base a estos parámetros observacionales,
el otro día me crucé con un amigo viudo,
que voy a llamar Sombrero Blanco. Él no me vió,
pues yo estaba al fondo de la barra de un bar, pero sí se paró
frente a él y contempló su familiar nombre:
- Bar Luisa.
Observando el
nombre del bar primero bajó la mirada, después la subió... Y quedó
mirando el nombre del bar durante segundos eternos. En ese instante
todo quedó parado, estático, sin movimiento.
El espacio-tiempo quedó dentro de su espuma de Plack. Las metáforas
fueron objetos, y los objetos metáforas. La realidad fue fantasía,
y la fantasía fue realidad. Todo se invirtió durante el tiempo en
que Sombrero Blanco pensó y dijo:
- Amada Luisa, aún te quiero.
Tras sus palabras, dentro de la
metáfora de su amor perdido en el tiempo ,retomó su marcha el
espacio-tiempo de todos, Sombrero Blanco dió su primer paso de
alejamiento del bar, y aún no he vuelto a encontrarme con él. Siempre será mi profesor preferido de Física.
Siempre será el padre de dos grandes amigas. Siempre será él, y su
gorro marinero. Será ,para mí, Sombrero Blanco, el profesor. Un
hombre enamorado que añora compañera, su amor perdido.
"Él no me vió, pues yo estaba al fondo de la barra de un bar"
ResponderEliminarSi, vamos, tu estado habitual...
Además, no te hubiera conocido con la cara llena de cabezas de gambas buscado a cuatro patas las llaves de tu casa.
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